Albañila
diciembre 21, 2023Campaña #ComunidadInstalador: Apoyo a instalador@s y otros oficios vinculados a la construcción
marzo 12, 2024Nos conocimos en Cantabria. Ya no te acordarás porque han pasado muchos años, más de veinte. Entonces no te entendí muy bien, aunque contaban que eras muy interesante: que dejabas transpirar, que generabas ambientes limpios, desinfectados y sin hongos, que tu color blanco era inimitable… Aun con todo, me hice a la idea de que lo que te iban eran las casas de pueblo antiguas. Me sonabas lejana… Yo nunca he tenido pueblo.
Nos volvimos a encontrar hará un par de años, en un curso. El albañil (maestro calero) que lo impartía, Raúl, hablaba de ti con pasión. Y se empezaron a romper todos mis esquemas, construidos ya durante la carrera. En ellos, que el cemento era mejor que la cal para todo: más resistente, más duradero, más barato… Sin embargo, al irte conociendo, fui entendiendo tus cualidades y día a día amándolas un poquito más.
Eres resistente y flexible. No como ese rígido del cemento. Tú te adaptas a los ligeros movimientos de las construcciones, incluso eres más plástica cuando te aplicas. Y también eres muy resistente, aunque no tanto como el cemento. Pero no siempre se busca la máxima resistencia… en muchas ocasiones las necesidades son otras.
No fraguas al endurecerte, como hace el cemento: tú, carbonatas. Y mientras lo haces, absorbes CO2. Tú, en tu pared, revistiendo con tus hermosos colores blancos y terrizos, y a la vez purificando el aire mientras te transformas de nuevo en la piedra caliza que fuiste algún día. Porque eso es lo que haces: volver a convertirte en piedra.
Y lo bien que sabes tratar la humedad: la dejas transpirar. Como una buena camiseta de algodón. Cuando tú estás revistiendo una habitación, no permites que se acumule. La regulas, venga de las paredes o del ambiente. Y eso evita que se generen hongos o mohos.
¡Pero es que además desinfectas! Y no sólo no hueles mal, si no que neutralizas los malos olores. Los ambientes contigo son puros, limpios, sanos… ay…
Cuanto más te conocía, más quería conocerte. Y probarte, aplicarte, experimentarte…
Salí en tu busca, pero no te encontré por ningún lado. ¡No sabía dónde buscar! Recorría grandes superficies comerciales y parecía que preguntaba por una aparición. Todo lo que me ofrecían eran morteros de cal, ya mezclados, impuros, con aditivos… Yo te quería a ti, pura, sincera. Quería conocerte sin nada más, para conocerte de verdad.
Y, entonces, un amigo me regaló tres sacos de cal viva. Cuando se queman las piedras de cal, que esto es la cal viva, esta pierde la humedad y quema. Eras un polvo blanquísimo y abrasador. Te apagué con agua, con mucho cuidado, porque hervías, quemabas mis manos. Guantes, mascarilla… toda precaución era poca. Pero de ahí salió una pasta cremosa, con una pinta deliciosa. Ya estabas ahí. Cal apagada en pasta. Qué bella.
Te guardé con mucho cariño en un bidón plástico. Lo hice por ti. Para que maduraras. Has estado ahí metida 6 meses, puede que 8. Después te he ido sacando, qué delicia. Te he usado para pintar con un poco de agua, para hacer mortero mezclada con arena… ¡no te acabas nunca!
Con el tiempo he sabido que lo que vivimos mientras te apagaba, con aquellos primeros momentos de ardor y (algo de) peligro, mi garganta irritada por tus vapores… todo aquello, no es necesario. Te he visto en almacenes de construcción, en sacos de 25kg ya apagados, en formato de cal aérea o hidráulica, en pasta o en polvo, a precios muy variados… pero siempre eres tú.
Aunque no hay nada como haber vivido todo el proceso de transformación contigo. Cada día sigo descubriendo algo nuevo. Otra cualidad que me hace verte interesante y me siento desconcertada de que en la construcción convencional ya nadie te use. O como mucho te mezclen con cemento para darle más plasticidad (mortero bastardo, lo llaman). Sin saber que tú por ti sola, eres espectacular.
Quizás no sólo me gustas…. Si te apetece, podemos construir juntas muchas cosas.